Thursday, November 17, 2005

GESTA SILENCIOSA
Mildred Legrá Colón/ ¡Ahora!
mildred@enet.cu
Fue un día de diciembre del año 1975. No podríamos precisar con exactitud la fecha. Solo acunamos en el recuerdo la partida de un grupo de compañeros hacia Angola.
Entonces sentimos la tristeza por la ausencia de quienes día y noche merodeaban la Redacción del periódico para escribir la nota diaria o buscar algún tema en medio del agitado periodismo de esa época.
Ellos partieron sin avisar. Sin siquiera decir un adiós. Solo un tiempo después supimos que integraban las filas de los más de 300 mil combatientes que acudieron al llamado.
Muchos de los que quedamos en la retaguardia, cubriendo los lugares de los que partieron, nos asaltaba con frecuencia el recuerdo de la última anécdota o la anterior conversación de aquellos colegas tan nuestros que, sin ningún titubeo, se vistieron de verde olivo y ocuparon sus puestos de batalla. En silencio, sin decir ni una palabra, colmaron las formaciones cubanas por la defensa de Angola.
Eran tan jóvenes, entonces, que la gloria y el mérito de participar en aquella guerra tan definitoria para la tranquilidad de un pueblo hermano y un país cercano a Cuba, volvió con su regreso y se quedó para siempre en el corazón de todos los que esperábamos que retornaran con vida.
De ahí la victoria, inequívoca, contundente y tremenda. El adversario surafricano lo sabía y reconoció su derrota ante la pujanza y valor de nuestros combatientes y de las tropas angolanas.
El Ministro de las FAR, lo reafirmó ante el Comandante en Jefe, Fidel Castro, al concluir lo que fue la Operación Carlota: “La gloria y el mérito supremo pertenecen al pueblo cubano, protagonista verdadero de esa epopeya…”
La guerra en Angola terminó y nuestros compañeros regresaron con banderas de victorias. Esos que fueron combatientes leales y voluntarios permanentes de la Patria están ahí para contar la historia.
De cuando partieron no podríamos precisar ni hora ni fecha. Solo el mes y el año. Tampoco el momento del regreso, porque fue tan emotivo, de tanta significación que no hubo tiempo para fijarse en las manecillas del reloj.
Lo único que recordamos es que, aquel día del retorno, las calles de la ciudad perdieron su configuración geográfica por tanto gentío. Venía de todas partes. En las aceras se congregaba una masa compacta e impaciente. Muchos llevaban apretujadas entre las manos pequeñas banderitas cubanas o un pañuelo blanco, como para hacer notar la presencia o saludar al paso de la caravana.
Y llegó en medio de la algarabía, de una lagrima escapada entre nosotros o del orgullo infinito por saberlos hombres de honor y revolucionarios sin tachas. Nuestros colegas estaban allí, victoriosos. Luego vino el abrazo cálido y el beso agradecido por el gesto solidario, la ausencia, la resistencia y la heroicidad.